No reconocerás a Shakespeare
ni cuando compres peras en el mercado.
Convenceremos a Julio Cortázar
que su único oficio ha sido el de boxeador.
Que le resulta intolerable el olor de la tinta.
Que no lo despiertan los cuadernos ni los discos de jazz.
Y que, gracias a Dios, es ágrafo.
Él velará nuestro complot.
Sí, sí. Samuel Beckett es a partir de hoy,
una vieja que no hace más que rebanar y tostar panes delante de tus ojos.
No corro ningún riesgo.
Manuel Puig jamás ha escrito ni jota.
Ningún camino te traerá de regreso.
Las bibliotecas gritan Game over, corazón.
Chirridos.
La radio no trasmite más que gallos y vidrios estrellados.
Ninguna melodía conseguirá recuperarte.
De cada esquina,
he borrado las flechas que apuntan a mi puerta.
Le he cruzado los ojos a la virgen, para que no pueda auxiliarte.
La sangre no es más que pasto.
Y una helada, ha descuartizado a los insectos.
No tendrás paredes donde lloriquear.
Porque no llevo hombros ahora. Me los he arrancado.
No podrás preguntar mi paradero.
Te he vuelto indefinidamente extranjero.
He soltado los mapas, y se han volado.
Han llenado de crías a las palomas.
Esas putas, las palomas, siempre la has perseguido.
Ahora están embarazadas,
dobladas en dos por su ignorancia,
que es el mejor modo de ignorarte.
Tus falanges son de goma espuma.
No treparás nunca a mi balcón.
Estoy blindado.
Cada reloj de esta casa ha muerto ahogado.
Cada timbre confabula nuevas y estupendas sorderas.
Cada divorcio de esta ciudad lleva tu nombre.
Como ves, lo tengo resuelto.
La libertad está imposible de entallar.
El perro no deja de morderte.
Las moscas: de insultarte.
Toda la Mesopotamia se ha puesto de pie para maldecirte.
El color es blanco, y tu única suerte: negra.
Los japoneses planean asesinarte a mandarinazos.
Los delfines te sacan la lengua.
No puedes escapar. Las esquirlas son de kriptonita.
Prescindir de extrañarme.
Papito.
Debe estar conectado para enviar un comentario.