El día que me mierdas. Dos.

Esos mierdas que empapan las paredes con sus llantos. Con sus perros colmados de caprichos. De caprichos, por haberse divorciado. Ruidos, para no aceptar el miedo.

Esas vacas, que sin miramientos invaden, con el sudor inútil de sus clases de aeróbics; que practican en el living para ahorrarse la cuota del gimnasio; que a todo volumen ponen el mismo enganchado de siempre, que el amigo gay de Ramos les grabó. Ése, con todas las canciones de nuestra época, Estelita.

Horribles, ellos, sus perros, sus cassettes, y esos pantalones nevados impresentables.

Todos esos vándalos ahora duermen, los turros. Ah, sí. Serán un excremento humano. Serán los coroneles del egoísmo, pero eso sí, el reloj marca las 12, apenas termina Tinelli, duermen. Los muy jodidos cumplen agenda.

Voy a salir por canal 7, para que Cristina Mucci los olvide, y el himno les empape los malvones. Y pasen al infierno tan dulce, tan justo. Quedarán divinos, no me digas.


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