Ya estoy estabilizado. Arranquemos por ahí.

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La idea no es preocupar, mucho menos tirar golpes bajos.

La semana pasada estuve internado. Unidad Coronaria. Sí, difícil. Riesgoso. Llegué al Sanatorio sin aire.

Pasaron 48 horas hasta que pude tener el resultado de Covid Negativo.

Hasta ese momento, cada vez que los médicos o enfermeros me atendían, entraban vestidos de astronautas. Barbijos, máscaras, guantes y guardapolvos. Héroes.

Y mientras tanto una batería de estudios me sucedía.

Permanecí conectado: cables, sueros, oxígeno, pulsaciones. Máquinas que suenan. (Y agradecé que suenan.)

Al cuarto día pasé a una habitación común. El alivio de mejorar y poder ducharme, por ejemplo. Lo damos todo por sentado. Pero cuando lo perdés, es oro en polvo.

Cuando armaba el bolso para ir al Hospital, (porque sabía que me harían quedar) puse entre remeras y calzones: mi tablet y el cargador. Así es. Incluso en ese momento de ahogo y cagazo. Puede sonar frívolo. Pero en medio del maremoto, saqué fotos. Y es que practicar lo que habitualmente es una rutina en mi vida, me descomprimía la neurosis.

Por lo demás, hablé con los que amo. Es una buena práctica de estar vivo. Y me dediqué al ejercicio de ser paciente.

Ya estoy en casa. El sábado pasado me dieron el alta. Ahora continúo, pero ambulatorio. Y subo las fotos.