
Tras varios años de avances entrecortados;
de plantar grageas, y abandonarlas;
y de amarrocar moneditas en las hendijas de vaya a saber que espejismos,
he logrado terminar «Nadie escapa a Elizabeth Taylor».
La interrupción, por faenas jactanciosamente prioritarias;
y el desplante insensato con que traté a esta voz,
conformaron un esqueleto narrativo
donde el segmento
fue su expresión más nítida.
Y la feta, apenas un permiso.
Pero obstinadamente tras desatender a este trabajo,
lo he ido recuperando.
Y la cariñosa confianza de Gastón Malgieri en Argentina,
y de Verónica Riutort en Barcelona,
hicieron mella.
En dos días de encierro en mi piso rentado cerca del Paral-lel,
tuve la suerte de que Elizabeth tomara cuerpo.
Vitaminas.
Hoy es día de festejo. De redondeo.
Y de compartirlo.
Dirigiré a Riutort en una futura puesta en escena.
Ahora bien,
la próxima vez que postergue mis asuntos,
tienen TODOS
permiso explícito
de volarme el sombrerito de un mamporro.
Y recordarme que el futuro
no es más que la cobardía de los que no sabemos baldear al presente
como se merece.
Abbracci a tutti!
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