A finales de los ochentas, cuando era estudiante de teatro, me tocó dirigir a una compañera de curso.
La escena exigía a la protagonista atravesar un largo período de fiebres y pesadillas.
Laura propuso generosamente, basar la actuación en su propia experiencia.
Después del ´76, su familia debió exiliarse. Laura expulsada llegó a España. En aquella movida madrileña la heroína la sedujo, y por supuesto al poco tiempo, le ganó la voluntad.
Desesperada, vio a sus amigos quedarse en el camino. Compró entonces un pasaje, y una última dosis. La mínima ración que le permitió enfrentar el abrazo de sus familiares en Ezeiza.
Corrió hasta su antigua casa, y allí solita enfrentó los embistes terribles de la abstinencia.
Fue el único modo que halló para no volver a consumir. Aquí nadie sabía lo que era la heroína.
Treinta años después, hoy fuimos a ver «Dolor y Gloria» de Pedro Almódovar. El personaje que interpreta Leonardo Sbaraglia huye de Madrid para abandonar definitivamente la heroína.
Al salir del cine, pasamos por la esquina donde mi amiga vivió con su primer amor. A los pocos metros, Cecilia reconoció el antiguo departamento de Niní Marshall. Y como guiados y protegidos bajo la lluvia, descubrimos la pizzería donde resolvimos parar. Por supuesto, su nombre también está plagado de significados: «Los inmortales».

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