Desde esta colina veo arder la desesperación de mi esposo.
Por salvarnos de la quiebra, ha prendido fuego al esfuerzo de toda su vida.
Tres generaciones de afroamericanos bajo el rayo de sol han levantado este modesto imperio cerealero.
Lo que aún desconoce mi amado Richard, es es que el dueño de la Compañía de Seguros acaba de volarse la tapa de los sesos.
Wall Street esta mañana ha caído en picada. Aquello es un estruendo.
El más aterrador de los silencios nos rodea.
Inútil.
Como es el balde que cargo por intentar salvar lo poco que queda de nuestra cosecha.
Aquí comienza mi historia, en el momento exacto en que termina la de mi hijo: Tom Sawyer.
Un poste encendido cayó sobre su espalda, aplastando su vida de inmediato.
Y la nuestra: la de mi marido, la mía, y la de este país.
Dios ha liberado al pequeño Tom.
Sus aventuras han dejado de circular.
Revisen los estantes de sus bibliotecas. Puras páginas en blanco hallarán.
Sólo la mano que borra aprende a escribir.
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